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En algún lugar entre capas de nubes al norte de la isla, flotaba como por milagro la esfera de hielo negro que era la morada, y muy a menudo prisión, de Khahkht. La nieve, que caía continuamente entre las nubes, cubría la esfera negra con un casquete blanco. La nieve también se acumulaba, ribeteándolas de blanco, en las poderosas alas, espalda, cuello y cresta del ser invisible suspendido al lado de la esfera, la cual debía de aferrar de alguna manera, pues cada vez que movía la cabeza para desalojar la nieve, la esfera se tambaleaba en el aire. En la parte inferior de la esfera se había abierto una trampilla, por la que Khahkht asomó la cabeza, los hombros y un brazo, como un dios peculiarmente desagradable que mirase de soslayo hacia abajo desde el suelo del cielo. Los dos seres conversaban. Khahkht: ¡Monstruo molesto! ¿Por qué turbas mi celestial intimidad, golpeando mi esfera? Pronto lamentaré haberte dado alas. Faroomfar: Preferiría montar una raya volante invisible. Tendría ventajas. Khahkht: ¡Por dos perros negros, te voy a...! Faroomfar: Contén tus feas iras, abuelo. Tengo buenas razones para despertarte. El frenesí de los mingoles parece disminuir. Gonov, al frente de los solares, que se dirigen a la Isla de la Escarcha, ha ordenado a sus barcos acortar vela ante una simple borrasca, mientras que los guerreros oscuros que cruzan la isla han retrocedido ante una fuerza que no llegaba a un tercio de la suya. ¿Es que se han debilitado tus encantamientos? Khahkht: Date por satisfecho. He tratado de evaluar a los dos nuevos dioses que ayudan a la Isla de la Escarcha: cuál es su poder, de dónde proceden, cuál es su propósito último y si les han sobornado. Mi conclusión provisional es que se trata de un par traicionero, de escaso poder. Dioses bribones de un universo menor. Podemos hacerles perfectamente caso omiso. La nieve había vuelto a acumularse en el ser volante, y un tenue polvo blanco revelaba incluso algunos de sus rasgos, finos, crueles, aristocráticos. Se la sacudió. Faroomfar: Bien, ¿qué hacemos entonces? Khahkht: Enviaré nuevamente a los mingoles a un lugar donde, en caso de que retrocedan, no hayas de temer. Entretanto, líbrate si puedes de tus malignas hermanas, y hazles a Fafhrd y a su banda, si son ellos quienes han acobardado a los mingoles oscuros, todas las travesuras de que seas capaz, ¿de acuerdo? Apunta a la muchacha. ¡Manos a la obra! El mago se retiró al interior de la esfera negra con su casquete de nieve y cerró la trampilla, como un muñeco de resorte invertido. Las alas extendidas de Faroomfar barrieron la nieve mientras iniciaba su descenso desde las alturas. Ciertamente era digno de alabanza que la madre Grum, a bordo del esquife, esperase en el embarcadero cuando Ourph y Mikkidu acercaron con destreza el Duende para amarrarlo a la boya y aferrar la vela bajo la mirada vigilante y aprobadora del Ratonero. A éste le embargaba todavía la deliciosa sensación del triunfo, e incluso se había dignado hacer algunas observaciones benévolas a Mikkidu, cosa que dejó al hombre perplejo, y conversar juiciosamente, obedeciendo a caprichosos arranques de locuacidad, con el prudente aunque un tanto taciturno viejo mingol. Ahora compartía con Ourph la bancada central de la embarcación, mientras que Mikkidu se acurrucaba en la proa. ¿Cómo te ha ido la jornada, madre? preguntó jovialmente a la vieja bruja remera . ¿Tienes algún mensaje para mí de parte de tu señora? Y cuando ella se limitó a responder con un gruñido que podía significar todo o nada, el Ratonero añadió en un tono algo sentencioso : Bendita seas por tu fidelidad, anciana. Entonces dejó que su atención se dispersara por el puerto. Había anochecido y los últimos barcos de la flota acababan de atracar, con la línea de flotación muy sumergida por el peso de otra extraordinaria captura de pescado. El Ratonero se fijó en el embarcadero más próximo, al otro lado del cual cuatro isleños descargaban un barco a la luz de unas antorchas. Lo hacían en fila india, trasladando a la orilla lo que sin duda era el producto de una monstruosa captura. Si el día anterior los isleños le habían impresionado como un pueblo muy serio y sobrio, ahora le parecían cada vez más zafios y patanes, sobre todo aquellos cuatro que iban haciendo cabriolas, sonrientes y boquiabiertos, con los ojos desorbitados bajo sus considerables cargas. El primero era un individuo encorvado, barbudo, que llevaba a la espalda, cogido por las aletas de la cola, un gran atún plateado tan largo como él e incluso más grueso. Le seguía un individuo delgado y larguirucho que aferraba por el cuello y la cola, enrollada alrededor de los hombros, la anguila más grande que el Ratonero había visto jamás. El hombre parecía luchar con ella mientras caminaba renqueando, pues el animal aún estaba vivo y se contorsionaba briosamente. El Ratonero pensó que podía considerarse afortunado por no tenerla enroscada alrededor del cuello. El hombre que seguía al de la anguila llevaba un cangrejo gigante a la espalda, sujeto por un garfio que le atravesaba el caparazón. Agitaba con insistencia sus diez patas, abriendo y cerrando las grandes pinzas. Habría sido difícil determinar qué ojos sobresalían más, si los del crustáceo o los del pescador. Cerraba la fila un hombre que llevaba sobre un hombro, sujeto por los tentáculos juntos, un pulpo que todavía adoptaba los colores del arco iris en sus espasmos agónicos, y sus grandes ojos hundidos se velaban por encima de su pico monstruoso. «Monstruos que transportan a otros monstruos resumió para sí el Ratonero, con una risita mordaz . ¡Señor, qué grotescos somos los mortales!» Ya estaban cerca del dique. El Ratonero se volvió en aquella dirección y vio..., no, no era Cif, comprobó con pesadumbre al cabo de un momento... Con cierta sorpresa inicial, distinguió a Hilsa y Rill en el borde del dique, la última provista de una antorcha que chisporroteaba alegremente, y ambas sonrientes, dándoles una calurosa bienvenida. Recién maquilladas y con su atavío de prostitutas, tenían un gran aspecto, Hilsa con sus medias rojas y Rill con unas de color amarillo brillante, ambas enfundadas en vestidos cortos y chillones con grandes escotes. Ataviadas así, al Ratonero le parecieron más jóvenes, o por lo menos no tan deterioradas, y saltó al dique para reunirse con ellas. Qué amable había sido Loki al enviar a sus sacerdotisas..., bueno, no exactamente sacerdotisas, sino más bien doncellas del templo..., no, tampoco doncellas, sino damas profesionales, enfermeras y compañeras de juegos de los dioses..., para dar la bienvenida al fiel servidor del dios. Pero apenas las había saludado con una reverencia, cuando las dos mujeres dejaron de sonreír e Hilsa le habló en voz baja y apremiante. Hay malas noticias, capitán. La dama Cif nos envía para deciros que tanto ella como la dama Afreyt han sido inculpadas por los demás miembros del consejo. Las acusan de haber utilizado oro acuñado que estaba bajo su custodia y otros tesoros de la isla para pagaros a vos, al capitán alto y a vuestros hombres. Esperan de vuestra inteligencia alguna excusa ingeniosa para contrarrestar esos cargos. La sonrisa del Ratonero apenas se alteró. Le asombraba la alegre vivacidad con que la antorcha de Rill chisporroteaba mientras Hilsa desgranaba sus afligidas palabras. A la mención de los tesoros isleños, tocó su bolsa, donde reposaba el «amansador de remolinos» atado al cabo de cuerda cortado. No dudaba de que el cubo dorado era uno de aquellos tesoros, pero, sin saber por qué, esa certeza no le preocupaba. ¿Eso es todo? preguntó a Hilsa . Creí que por lo menos me dirías que los trolls habían hecho acto de presencia, esos seres contra los que nos advirtió el dios. ¡Conducidme, queridas, al salón del consejo! ¡Ourph y Mikkidu, escoltadnos! Cobra
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Cytat
Długi język ma krótkie nogi. Krzysztof Mętrak Historia kroczy dziwnymi grogami. Grecy uczyli się od Trojan, uciekinierzy z Troi założyli Rzym, a Rzymianie podbili Grecję, po to jednak, by przejąć jej kulturę. Erik Durschmied A cruce salus - z krzyża (pochodzi) zbawienie. A ten zwycięzcą, kto drugim da / Najwięcej światła od siebie! Adam Asnyk, Dzisiejszym idealistom Ja błędy popełniam nieustannie, ale uważam, że to jest nieuniknione i nie ma co się wobec tego napinać i kontrolować, bo przestanę być normalnym człowiekiem i ze spontanicznej osoby zmienię się w poprawną nauczycielkę. Jeżeli mam uczyć dalej, to pod warunkiem, że będę sobą, ze swoimi wszystkimi głupotami i mądrościami, wadami i zaletami. s. 87 Zofia Kucówna - Zdarzenia potoczne |
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