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Felicitas multos habet amicos - szczęście ma wielu przyjaciół.
Indeks Eddings_Dav D20021169 arteuza
 
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En algún lugar entre capas de nubes al norte de la isla, flotaba como por milagro la
esfera de hielo negro que era la morada, y muy a menudo prisión, de Khahkht. La nieve,
que caía continuamente entre las nubes, cubría la esfera negra con un casquete blanco.
La nieve también se acumulaba, ribeteándolas de blanco, en las poderosas alas, espalda,
cuello y cresta del ser invisible suspendido al lado de la esfera, la cual debía de aferrar de
alguna manera, pues cada vez que movía la cabeza para desalojar la nieve, la esfera se
tambaleaba en el aire.
En la parte inferior de la esfera se había abierto una trampilla, por la que Khahkht
asomó la cabeza, los hombros y un brazo, como un dios peculiarmente desagradable que
mirase de soslayo hacia abajo desde el suelo del cielo.
Los dos seres conversaban.
Khahkht: ¡Monstruo molesto! ¿Por qué turbas mi celestial intimidad, golpeando mi
esfera? Pronto lamentaré haberte dado alas.
Faroomfar: Preferiría montar una raya volante invisible. Tendría ventajas.
Khahkht: ¡Por dos perros negros, te voy a...!
Faroomfar: Contén tus feas iras, abuelo. Tengo buenas razones para despertarte. El
frenesí de los mingoles parece disminuir. Gonov, al frente de los solares, que se dirigen a
la Isla de la Escarcha, ha ordenado a sus barcos acortar vela ante una simple borrasca,
mientras que los guerreros oscuros que cruzan la isla han retrocedido ante una fuerza que
no llegaba a un tercio de la suya. ¿Es que se han debilitado tus encantamientos?
Khahkht: Date por satisfecho. He tratado de evaluar a los dos nuevos dioses que
ayudan a la Isla de la Escarcha: cuál es su poder, de dónde proceden, cuál es su
propósito último y si les han sobornado. Mi conclusión provisional es que se trata de un
par traicionero, de escaso poder. Dioses bribones de un universo menor. Podemos
hacerles perfectamente caso omiso.
La nieve había vuelto a acumularse en el ser volante, y un tenue polvo blanco revelaba
incluso algunos de sus rasgos, finos, crueles, aristocráticos. Se la sacudió.
Faroomfar: Bien, ¿qué hacemos entonces?
Khahkht: Enviaré nuevamente a los mingoles a un lugar donde, en caso de que
retrocedan, no hayas de temer. Entretanto, líbrate si puedes de tus malignas hermanas, y
hazles a Fafhrd y a su banda, si son ellos quienes han acobardado a los mingoles
oscuros, todas las travesuras de que seas capaz, ¿de acuerdo? Apunta a la muchacha.
¡Manos a la obra!
El mago se retiró al interior de la esfera negra con su casquete de nieve y cerró la
trampilla, como un muñeco de resorte invertido. Las alas extendidas de Faroomfar
barrieron la nieve mientras iniciaba su descenso desde las alturas.
Ciertamente era digno de alabanza que la madre Grum, a bordo del esquife, esperase
en el embarcadero cuando Ourph y Mikkidu acercaron con destreza el Duende para
amarrarlo a la boya y aferrar la vela bajo la mirada vigilante y aprobadora del Ratonero. A
éste le embargaba todavía la deliciosa sensación del triunfo, e incluso se había dignado
hacer algunas observaciones benévolas a Mikkidu, cosa que dejó al hombre perplejo, y
conversar juiciosamente, obedeciendo a caprichosos arranques de locuacidad, con el
prudente aunque un tanto taciturno viejo mingol.
Ahora compartía con Ourph la bancada central de la embarcación, mientras que
Mikkidu se acurrucaba en la proa.
 ¿Cómo te ha ido la jornada, madre?  preguntó jovialmente a la vieja bruja remera
. ¿Tienes algún mensaje para mí de parte de tu señora?  Y cuando ella se limitó a
responder con un gruñido que podía significar todo o nada, el Ratonero añadió en un tono
algo sentencioso : Bendita seas por tu fidelidad, anciana.
Entonces dejó que su atención se dispersara por el puerto.
Había anochecido y los últimos barcos de la flota acababan de atracar, con la línea de
flotación muy sumergida por el peso de otra extraordinaria captura de pescado. El
Ratonero se fijó en el embarcadero más próximo, al otro lado del cual cuatro isleños
descargaban un barco a la luz de unas antorchas. Lo hacían en fila india, trasladando a la
orilla lo que sin duda era el producto de una monstruosa captura.
Si el día anterior los isleños le habían impresionado como un pueblo muy serio y sobrio,
ahora le parecían cada vez más zafios y patanes, sobre todo aquellos cuatro que iban
haciendo cabriolas, sonrientes y boquiabiertos, con los ojos desorbitados bajo sus
considerables cargas.
El primero era un individuo encorvado, barbudo, que llevaba a la espalda, cogido por
las aletas de la cola, un gran atún plateado tan largo como él e incluso más grueso.
Le seguía un individuo delgado y larguirucho que aferraba por el cuello y la cola,
enrollada alrededor de los hombros, la anguila más grande que el Ratonero había visto
jamás. El hombre parecía luchar con ella mientras caminaba renqueando, pues el animal
aún estaba vivo y se contorsionaba briosamente. El Ratonero pensó que podía
considerarse afortunado por no tenerla enroscada alrededor del cuello.
El hombre que seguía al de la anguila llevaba un cangrejo gigante a la espalda, sujeto
por un garfio que le atravesaba el caparazón. Agitaba con insistencia sus diez patas,
abriendo y cerrando las grandes pinzas. Habría sido difícil determinar qué ojos
sobresalían más, si los del crustáceo o los del pescador.
Cerraba la fila un hombre que llevaba sobre un hombro, sujeto por los tentáculos
juntos, un pulpo que todavía adoptaba los colores del arco iris en sus espasmos agónicos,
y sus grandes ojos hundidos se velaban por encima de su pico monstruoso.
«Monstruos que transportan a otros monstruos  resumió para sí el Ratonero, con una
risita mordaz . ¡Señor, qué grotescos somos los mortales!»
Ya estaban cerca del dique. El Ratonero se volvió en aquella dirección y vio..., no, no
era Cif, comprobó con pesadumbre al cabo de un momento... Con cierta sorpresa inicial,
distinguió a Hilsa y Rill en el borde del dique, la última provista de una antorcha que
chisporroteaba alegremente, y ambas sonrientes, dándoles una calurosa bienvenida.
Recién maquilladas y con su atavío de prostitutas, tenían un gran aspecto, Hilsa con sus
medias rojas y Rill con unas de color amarillo brillante, ambas enfundadas en vestidos
cortos y chillones con grandes escotes. Ataviadas así, al Ratonero le parecieron más
jóvenes, o por lo menos no tan deterioradas, y saltó al dique para reunirse con ellas. Qué
amable había sido Loki al enviar a sus sacerdotisas..., bueno, no exactamente
sacerdotisas, sino más bien doncellas del templo..., no, tampoco doncellas, sino damas
profesionales, enfermeras y compañeras de juegos de los dioses..., para dar la bienvenida
al fiel servidor del dios.
Pero apenas las había saludado con una reverencia, cuando las dos mujeres dejaron
de sonreír e Hilsa le habló en voz baja y apremiante.
 Hay malas noticias, capitán. La dama Cif nos envía para deciros que tanto ella como
la dama Afreyt han sido inculpadas por los demás miembros del consejo. Las acusan de
haber utilizado oro acuñado que estaba bajo su custodia y otros tesoros de la isla para
pagaros a vos, al capitán alto y a vuestros hombres. Esperan de vuestra inteligencia
alguna excusa ingeniosa para contrarrestar esos cargos.
La sonrisa del Ratonero apenas se alteró. Le asombraba la alegre vivacidad con que la
antorcha de Rill chisporroteaba mientras Hilsa desgranaba sus afligidas palabras. A la
mención de los tesoros isleños, tocó su bolsa, donde reposaba el «amansador de
remolinos» atado al cabo de cuerda cortado. No dudaba de que el cubo dorado era uno
de aquellos tesoros, pero, sin saber por qué, esa certeza no le preocupaba.
 ¿Eso es todo?  preguntó a Hilsa . Creí que por lo menos me dirías que los trolls
habían hecho acto de presencia, esos seres contra los que nos advirtió el dios.
¡Conducidme, queridas, al salón del consejo! ¡Ourph y Mikkidu, escoltadnos! Cobra [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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    Długi język ma krótkie nogi. Krzysztof Mętrak
    Historia kroczy dziwnymi grogami. Grecy uczyli się od Trojan, uciekinierzy z Troi założyli Rzym, a Rzymianie podbili Grecję, po to jednak, by przejąć jej kulturę. Erik Durschmied
    A cruce salus - z krzyża (pochodzi) zbawienie.
    A ten zwycięzcą, kto drugim da / Najwięcej światła od siebie! Adam Asnyk, Dzisiejszym idealistom
    Ja błędy popełniam nieustannie, ale uważam, że to jest nieuniknione i nie ma co się wobec tego napinać i kontrolować, bo przestanę być normalnym człowiekiem i ze spontanicznej osoby zmienię się w poprawną nauczycielkę. Jeżeli mam uczyć dalej, to pod warunkiem, że będę sobą, ze swoimi wszystkimi głupotami i mądrościami, wadami i zaletami. s. 87 Zofia Kucówna - Zdarzenia potoczne

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