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Felicitas multos habet amicos - szczęście ma wielu przyjaciół.
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resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su
muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre, mas su vida, es un vivir para Dios. Así
también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús (Rm 6, 8-11).
1988. Por el poder del Espíritu Santo participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al pecado, y en su
Resurrección, naciendo a una vida nueva; somos miembros de su Cuerpo que es la Iglesia (cf 1 Co 12),
sarmientos unidos a la Vid que es él mismo (cf Jn 15, 1-4):
Por el Espíritu Santo participamos de Dios. Por la participación del Espíritu venimos a ser partícipes de
la naturaleza divina... Por eso, aquellos en quienes habita el Espíritu están divinizados (S. Atanasio, ep.
Serap. 1, 24).
1989. La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que obra la justificación según
el anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio: "Convertíos porque el Reino de los cielos está cerca"
(Mt 4, 17). Movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el
perdón y la justicia de lo alto. "La justificación entraña, por tanto, el perdón de los pecados, la
santificación y la renovación del hombre interior" (Cc. de Trento: DS 1528).
1990. La justificación arranca al hombre del pecado que contradice al amor de Dios, y purifica su
corazón. La justificación es prolongación de la iniciativa misericordiosa de Dios que otorga el perdón.
Reconcilia al hombre con Dios, libera de la servidumbre del pecado y sana.
1991. La justificación es, al mismo tiempo, acogida de la justicia de Dios por la fe en Jesucristo. La
justicia designa aquí la rectitud del amor divino. Con la justificación son difundidas en nuestros
corazones la fe, la esperanza y la caridad, y nos es concedida la obediencia a la voluntad divina.
1992. La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se ofreció en la cruz como hostia
viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de propiciación por los pecados de
todos los hombres. La justificación es concedida por el bautismo, sacramento de la fe. Nos asemeja a la
justicia de Dios que nos hace interiormente justos por el poder de su misericordia. Tiene por fin la
gloria de Dios y de Cristo, y el don de la vida eterna (cf Cc. de Trento: DS 1529):
Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y
los profetas justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen -pues no hay diferencia
alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios- y son justificados por el don de su gracia
en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió como instrumento de
propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, pasando por alto los pecados
cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el
tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en Jesús (Rm 3, 21-26).
1993. La justificación establece la colaboración entre la gracia de Dios y la libertad del hombre. Por
parte del hombre se expresa en el asentimiento de la fe a la Palabra de Dios que lo invita a la
conversión, y en la cooperación de la caridad al impulso del Espíritu Santo que lo previene y lo
custodia:
Cuando Dios toca el corazón del hombre mediante la iluminación del Espíritu Santo, el hombre no está
sin hacer nada al recibir esta inspiración, que por otra parte puede rechazar; y, sin embargo, sin la
gracia de Dios, tampoco puede dirigirse, por su voluntad libre, hacia la justicia delante de Él (Cc. de
Trento: DS 1525).
1994. La justificación es la obra más excelente del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús y
concedido por el Espíritu Santo. S. Agustín afirma que "la justificación del impío es una obra más
grande que la creación del cielo y de la tierra", porque "el cielo y la tierra pasarán, mientras la
salvación y la justificación de los elegidos permanecerán" (ev. Jo. 72, 3). Dice incluso que la
justificación de los pecadores supera a la creación de los ángeles en la justicia porque manifiesta una
misericordia mayor.
1995. El Espíritu Santo es el maestro interior. Haciendo nacer al "hombre interior" (Rm 7, 22; Ef 3,
16), la justificación implica la santificación de todo el ser:
Si en otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y al desorden hasta
desordenaros, ofrecedlos igualmente ahora a la justicia para la santidad... al presente, libres del pecado
y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna (Rm 6, 19.22).
II. LA GRACIA
1996. Nuestra justificación es obra de la gracia de Dios. La gracia es el favor, el auxilio gratuito que
Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios (cf Jn 1, 12-18), hijos adoptivos (cf
Rm 8, 14-17), partícipes de la naturaleza divina (cf 2 P 1, 3-4), de la vida eterna (cf Jn 17, 3).
1997. La gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la intimidad de la vida
trinitaria: por el Bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza de su Cuerpo. Como
"hijo adoptivo" puede ahora llamar "Padre" a Dios, en unión con el Hijo único. Recibe la vida del
Espíritu que le infunde la caridad y que forma la Iglesia.
1998. Esta vocación a la vida eterna es sobrenatural. Depende enteramente de la iniciativa gratuita de
Dios, porque sólo Él puede revelarse y darse a sí mismo. Sobrepasa las capacidades de la inteligencia y
las fuerzas de la voluntad humana, como las de toda creatura (cf 1 Co 2, 7-9).
1999. La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida por el Espíritu
Santo en nuestra alma para sanarla del pecado y santificarla: es la gracia santificante o divinizadora,
recibida en el Bautismo. Es en nosotros la fuente de la obra de santificación (cf Jn 4, 14; 7, 38-39):
Por tanto, el que está en Cristo es una nueva creación, pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de
Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo (2 Co 5, 17-18).
2000. La gracia santificante es un don habitual, una disposición estable y sobrenatural que perfecciona
al alma para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su amor. Se debe distinguir entre la gracia
habitual, disposición permanente para vivir y obrar según la vocación divina, y las gracias actuales,
que designan las intervenciones divinas que están en el origen de la conversión o en el curso de la obra
de la santificación.
2001. La preparación del hombre para acoger la gracia es ya una obra de la gracia. Esta es necesaria
para suscitar y sostener nuestra colaboración a la justificación mediante la fe y a la santificación
mediante la caridad. Dios completa en nosotros lo que Él mismo comenzó, "porque él, por su acción,
comienza haciendo que nosotros queramos; y termina cooperando con nuestra voluntad ya convertida"
(S. Agustín, grat. 17):
Ciertamente nosotros trabajamos también, pero no hacemos más que trabajar con Dios que trabaja.
Porque su misericordia se nos adelantó para que fuésemos curados; nos sigue todavía para que, una vez
sanados, seamos vivificados; se nos adelanta para que seamos llamados, nos sigue para que seamos [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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    Ja błędy popełniam nieustannie, ale uważam, że to jest nieuniknione i nie ma co się wobec tego napinać i kontrolować, bo przestanę być normalnym człowiekiem i ze spontanicznej osoby zmienię się w poprawną nauczycielkę. Jeżeli mam uczyć dalej, to pod warunkiem, że będę sobą, ze swoimi wszystkimi głupotami i mądrościami, wadami i zaletami. s. 87 Zofia Kucówna - Zdarzenia potoczne

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